La primera parte se publicó el 17 de mayo de 2019 en Mundiario, Voces de Cuenca, Alicante Hoy, Cartegena Actualidad, La Comarca de Puertollano, Las Noticias de Almería, Guadaira Información.

Heraldo de Madrid de 19-12-1904

¡Cuán verdad es que nada es tan inverosímil como la realidad! Ni las novelas de Posson di Terrail, ni los cuentos de Poe o las locuras de Maupassant pueden igualar el relato cierto de lo ocurrido en la localidad hispalense de Peñaflor, en los albores del siglo XX.

La excitación del oneroso lucro ajeno, el concubinar del juego ilícito y las libaciones en horas funestas, marcó a fuego y sangre la cabeza de sus seis víctimas, y quién sabe de cuántas embaucadas, en una trama perfectamente urdida, y con una organización que pudo actuar durante al menos seis años, sin ser descubierta.

            Terminando el año de 1904, con Rusia y Japón enfrentadas en una lucha fratricida, los ejércitos españoles sufriendo humillantes derrotas en las últimas colonias de Filipinas y el norte de África, los intereses de las gentes de a pie de nuestra querida patria andaban ocupadas en eso que los periódicos dieron por llamar “la carestía de subsistencias”, es decir, en buscarse los medios para acabar con un hambre atroz por falta de las mínimas viandas, en gran parte generada por la escasez de trabajo. Y el juego ilícito empezó a tener cierta relevancia como medio de riqueza para los que sólo buscaban el lucro, en tanto que para otros constituía otra forma más de buscar la supervivencia, aunque en la mayoría de los casos acababa con la miseria de los jugadores.

            Lo que no faltaban eran crímenes, a cuál más llamativo y muchos de ellos fruto de un triunvirato ganador en la época: el ayuntamiento de la navaja, el juego y el vino, en síntesis, el exceso de taberna. Como podremos ver, durante el primer decenio del siglo XX hay una larga lista de sucesos que, a falta de pan, llenaban la imaginación y agitaban las lenguas de las gentes de pueblos y ciudades. Uno de aquellos, quizás el que mayor repercusión mediática alcanzó, fue el denominado Crimen de Peñaflor o los Crímenes del Huerto del Francés. Probablemente todos tendrán en mente el conocido caso de Jack el destripador, asesino en serie que provocó el terror en el barrio londinense de Whitechapel, allá por 1888, y que es recordado por un modus operandi muy particular, consistente en cortes y mutilaciones en zonas genital y abdominal y en el rostro de sus víctimas, oficialmente cinco prostitutas. Pues quizás no fue tan sanguinario, aunque también tuvo lo suyo. Apenas unos años después, el Crimen de Peñaflor supera en una el número de víctimas a aquel mítico criminal, añadiéndose a la lista de los asesinatos en serie de una época realmente cruenta. La diferencia, importante, fue lo taimado de su perpetración que buscaba no dejar rastro de las víctimas, siempre dadas por desaparecidas.

            En síntesis, una serie de seis asesinatos, perfectamente planificados, llevados a cabo en el pueblo de Peñaflor (Sevilla), entre los años 1898 y 1904. Los protagonistas de la historia: Andrés Aldije Monmejá, apodado el Francés en alusión a su lugar de nacimiento, Agen (Francia), y José Muñoz Lopera, el Manzanita, nuestro martillador patrio.

            A mediados de noviembre de 1904 comienzan a correr como la pólvora las noticias sobre la desaparición de un vecino de la localidad cordubense de Posadas. En concreto, la denuncia presentada por Francisca Márquez Fernández, de 31 años, casada y vecina de Posadas, a mediados del mes de noviembre ante el Juzgado de Lora del Rio, sobre la desaparición de su marido. Los hechos relatados en la denuncia fueron los siguientes: el 31 de octubre próximo pasado se presentó en su casa un tal José Muñoz, vecino de Peñaflor, conocido como jugador, bajo de cuerpo y de cabellos rubios. Dicho sujeto manifestó que deseaba hablar con su esposo, Miguel Rejano Espejo, que salió en compañía del susodicho y otro vecino de Posadas llamado José Siles. Según las manifestaciones realizadas por este último, Rejano y José siguieron solos el paseo. Rejano volvió a su domicilio ya anochecido, manifestando a su esposa que le habían ofrecido un negocio que debía realizar en Sevilla o en Peñaflor.

Heraldo de Madrid de 19-5-1904

            El día 3 de noviembre, salió Rejano en el tren correo hacia Sevilla, donde se reunió con el tal José Muñoz. Posteriormente pudo constatarse que Rejano se había hospedado en la conocida fonda del Betis, durante la noche del día 3 y todo el día 4 marchándose aproximadamente a las siete de la noche. Desapareció como un suspiró y desde entonces la denunciante no ha tenido noticas suyas, algo inhabitual en él. En añadidura, la sufrida esposa manifestó que al marcharse su marido portaba la cifra de 7.500 pesetas, y vestía un traje de entretiempo, de lanilla color tostado con pintas blancas y un sombrero “Mascota” color café.

            Tras la denuncia, el Juez del partido, Alfonso Palma Blázques y el escribano Félix Nogués comenzaron las primeras diligencias de averiguación sobre el paradero del desaparecido. Y pronto comenzaron a aparecer indicios de que algo misterioso rondaba aquella desaparición. Según se supo después, durante las primeras indagaciones Muñoz Lopera fue llevado a declarar en el puesto de la Guardia civil por estos hechos, pero fue puesto en libertad ante la falta de prueba alguna. Algo parecido ocurriría días después con el Francés, si bien este aprovechó la ocasión para evadirse de la Justicia.

            En apenas dos días, Francisca recibió sendas cartas. Una de ellas, al parecer enviada por José Muñoz, que le indicaba que se había encontrado con su marido en Sevilla y que allí quedaron en escribirse sobre el negocio, y que perdiera cuidado de que su marido corriese peligro, por ser hombre de vista. La segunda, una misiva anónima que le indicaba que el día 4 de noviembre, debía enviar a alguien de su confianza a Peñaflor, que al bajarse en la estación debía colocar en el disco de señales 50 duros, y que allí podría recoger una carta diciéndole donde estaba su marido.

            De las primeras diligencias de averiguación se pudo constatar que José Muñoz no había regresado el día 4 a Peñaflor, porque en la estación de Sevilla no se había despachado billete alguno con ese destino; que en Sevilla habló Rejano con un tal Borrego en el número 4 de la calle de Tinajeros, diciéndole que había ido a instancias de Muñoz a jugar al monte en una casa particular de Sevilla; que se ignoraba donde se hospedó Muñoz en Sevilla; que D. Laureano Concha, exinspector de policía de Sevilla, vio pasar la noche del 3 por la Campa al Rejano con otro hombre, y que de voz pública se decía que Rejano, estaba enterrado en Peñaflor en un huerto llamado del Francés. Estas intuiciones fueron publicadas por El Liberal de Sevilla, en varios artículos, con el pseudónimo de Expolicía.

            Otro sujeto del pueblo, Luis Quesada Lara, que había sido criado de Rejano, manifestó que en la conversación tenida con Muñoz en Peñaflor, mientras le buscaban, el fulano esquivaba las preguntas al respecto que le hacían; que después tuvo la oportunidad de hablar en Sevilla con José Borrego, quien le manifestó haber dicho Rejano en el café de Madrid que llevaba un negocio de juego que le había propuesto Muñoz para jugar con dos comerciantes; que sabía que Muñoz tenía una casa cerrada en Peñaflor destinada a jugar, así como que en Peñaflor hay un huerto llamado del Francés, donde de público se dice que estaba enterrado Rejano.

            El día 3 de diciembre, el comandante del puesto, el cabo Juan Atalaya se reunió con el Juez de Instrucción, sobre la desaparición de Rejano. En días posteriores fueron varias indagaciones llevadas a cabo por el benemérito cuerpo, que llevaron a solicitar del Juez un auto para proceder al reconocimiento de la finca de el Francés. Hecho un primer reconocimiento el día 10, no se obtuvo resultado alguno. Al día siguiente sería el Juzgado municipal el que volviera a realizar una nueva inspección, con el mismo resultado. En un tercer intento de encontrar algún resquicio, y ante la presión de los familiares del desaparecido, se procedió a un tercer reconocimiento, cuyo resultado heló la sangre de los presentes.

Fue al mediodía del día 14 de diciembre, en un departamento del huerto destinado a conejera, al sacar una de las sondas de hierro, construidas al efecto, ésta estaba adherida de grasa animal en descomposición. Al escavar, y a un metro de profundidad se encontraron restos de cadáver humano enterrado, al menos, cuatro años antes. Aquella misma tarde se descubrió otro cadáver más. Se pudo observar que en todas las fosas había una capa de cal encima y otra debajo del cadáver.